Mis primeros pasos: entre el juego y la escucha

Nací en Manrique Oriental, un barrio del nororiente de Medellín, en una época en la que la ciudad estaba atravesada por el conflicto armado. A pesar de ello, mi infancia estuvo llena de amor y juegos. Soy el menor de dos hermanos, y crecí rodeado del cariño y la presencia constante de mis padres, quienes siempre tuvieron tiempo para escucharme.

Fui un niño feliz, aunque también muy llorón (algo que se volvió motivo de burla entre los míos), pero nunca me faltó el espacio para sentir y expresar lo que vivía. Desde pequeño, era curioso y observador; me gustaba escuchar lo que los demás tenían para decir, estar atento a las conversaciones, incluso aquellas que no eran para mí.

Podría decir que fue ahí, sin darme cuenta, donde nació esa sensibilidad que más adelante me llevaría a elegir el camino de la psicología: en la capacidad de escuchar, de poner atención, y en ese deseo genuino de comprender lo que pasaba en los otros. Ser un niño llorón, como solían decir en mi familia, no solo fue una característica que me acompañó, sino también una forma silenciosa de rebeldía. Era mi manera de darle lugar a lo que sentía, de no callarme lo que dolía o me conmovía. Con el tiempo entendí que esa autenticidad emocional, lejos de ser una debilidad, fue una de las raíces más profundas de mi vocación.

El descubrimiento de lo humano

Fui un joven curioso, inquieto por entender el mundo y a quienes lo habitan. Por fortuna, siempre conté con el apoyo de mi familia, lo que me permitió vivir la adolescencia con libertad, explorando distintas formas de ser y estar en el mundo. Pasé por muchas tribus urbanas: fui punkero, rasta, skater, rockero, barrista… incluso viví un tiempo como Hare Krishna. Cada una de esas etapas me dejó una huella, pero, sobre todo, me mostró algo que sigo creyendo hasta hoy: el ser humano es complejo, y busca distintas maneras de expresar su mundo interno.

¿Qué me movía? Comprender qué pensaba cada persona, qué sentía, por qué se identificaba con ciertos símbolos o formas de vida. Esa búsqueda me llevó a tomar una decisión radical: a los 17 años me fui de casa para vivir dos años como monje. Fue una experiencia transformadora, que me regaló dos aprendizajes que hoy definen mi forma de estar en el mundo, tanto como psicólogo como ser humano:

  1. Si buscas con sinceridad, siempre encontrarás a alguien dispuesto a ayudarte.

  2. Cada persona tiene su historia; escuchar siempre será mejor que juzgar.

Fue ahí donde reafirmé que mi pasión estaba en lo humano, en conectar con el otro desde la empatía, el respeto y la autenticidad. Para mí, ser psicólogo no es solo una profesión: es una forma de mirar la vida, de mirarme y mirar al otro tal como es, sin juicios.

El camino hacia el acompañamiento

Como en mi adolescencia, mi paso por la universidad estuvo lleno de preguntas. La psicología, como ciencia, reúne muchas formas de entender al ser humano y su comportamiento. Y yo, fiel a esa curiosidad que siempre me ha acompañado, me permití conocerlas todas: las exploré, las cuestioné, las confronté. Hasta que encontré aquella que más vibraba conmigo, con mi manera de mirar el mundo y de estar en él: la que sostiene que la organización de nuestra mente se configura en y partir las relaciones humanas.

Ese hallazgo fue un punto de inflexión. Ya no se trataba solo de estudiar una carrera, sino de encontrar una forma de vida. Y justo antes de recibir a mi primer paciente, mi mentora me compartió una enseñanza que hasta hoy sigue guiando mi práctica: teoría, método y personalidad.

Teoría: porque el conocimiento riguroso es una responsabilidad ética.
Método: porque acompañar a alguien requiere herramientas, una forma de aterrizar lo aprendido a la realidad del otro.
Personalidad: quizá lo más importante: porque en el encuentro terapéutico hay, como mínimo, dos personas. Y para que ese encuentro sea verdadero, el terapeuta también debe permitirse ser.

Ese día entendí que acompañar no es solo aplicar técnicas o saber mucho; es también estar presente con lo que uno es, sin máscaras, desde un lugar humano. Esa ha sido una de las claves de mi camino.

Hoy soy...

En el último año (2024), viví en carne propia lo que significan la depresión, la ansiedad y el estrés laboral. Sentí en mi cuerpo los efectos de sostener demasiado, de exigirme sin pausa, de no escucharme. Y fue ese dolor el que me llevó a tomar una decisión: hacer aquello que resuena con lo que soy, con lo que me da sentido y me hace feliz.

Hoy soy un profesional más cercano, más humano. Mi historia me condujo a enfocarme en acompañar a quienes, como yo, han transitado por momentos de angustia, desesperanza o agotamiento. Porque sé lo que se siente, y también sé que se puede transformar.

Mi ejercicio clínico busca ofrecer un lugar donde el otro pueda ser, y en ese encuentro consigo mismo, hacerse diferente. Donde se pueda hablar sin miedo, sentirse acompañado, y permitirse sanar.

En mi consulta pongo en práctica todo lo que estos más de cinco años me han enseñado: teoría, método y sobre todo, presencia. Acompaño emocionalmente a personas que enfrentan desafíos como la ansiedad, la depresión o el estrés, brindándoles un espacio seguro, profesional y cálido, ideal para quienes buscan apoyo desde cualquier parte del mundo.

Aunque el trabajo es solo trabajo, por fortuna el mío también es pasión.

Ahora es tu turno

Cada historia merece ser contada y escuchada con atención y cuidado.
Hoy, más que nunca, estoy aquí para ofrecerte un espacio donde puedas encontrarte, sin juicios y a tu propio ritmo.

Ahora es momento de contar tu historia.
Yo estoy aquí para escucharla.